Distingue en Guantánamo labor educativa de círculos infantiles

En Guantánamo, donde el sol besa las montañas y la brisa huele a resistencia, existe otro tipo de madre: aquellas que reciben a sus hijos con apenas un año de vida y los enseñan a caminar hacia el conocimiento y, tiempo después, los entregan al mundo con un título en las manos y la patria en el corazón.

Son las educadoras guantanameras, madres por partida doble, que consagran sus días a lo más sagrado: la educación de las nuevas generaciones.

En las aulas, a veces con escasos recursos pero siempre con amor sobrado, no solo alfabetizan: maternizan. Desde el círculo infantil hasta la universidad, son arquitectas de sueños. ¿Cómo no llamarlas «madres» si enhebran paciencia para calmar llantos, desbordan creatividad para explicar sumas, y obran con firmeza para corregir trazos?

 

Si la maternidad se mide en sacrificios, ellas acumulan los de decenas de hijos adoptivos por generaciones. En el Alto Oriente  cubano, donde la luz del día parece más larga, su labor es aún más titánica. Guían a los pequeños guantanameros entre desafíos, les enseñan que un lápiz puede ser antorcha y un cuaderno, mapa. Cuando esos niños ya ingenieros, médicos o maestros como ellas, regresan a decir «gracias», completan el círculo virtuoso de una educación que es acto de amor revolucionario.

Hoy, en el Día de las Madres, honramos a estas mujeres que forman  vida y siembran patria. Porque como dijera Martí: «Las madres son las que nos enseñan a querer»; y este caso hemos de agregar:  las educadoras, las que nos enseñan a pensar, porque en Guantánamo, ambas se funden en un mismo abrazo.