En el contexto de una Cuba convulsa, donde las esperanzas de justicia se ahogaban en las aguas turbias del autoritarismo, emergió una figura cuya vida, aunque breve, fue un torrente ígneo de ideales y talentos. Raúl Gómez García, conocido como el Poeta de la Generación del Centenario, se destacó no solo por su pluma vibrante, sino también por su fervor revolucionario. Su poema «Ya estamos en combate» se erige como un estandarte de lucha, un grito desgarrador que resuena en la memoria de un pueblo ansioso de cambio.

La historia de Raúl comenzó a delinearse con trazos de lucha desde que el golpe militar del 10 de marzo de 1952 sacudió los cimientos de la nación.

En respuesta a esta usurpación del poder, escribió «Revolución sin Juventud», un manifiesto que destilaba indignación y ardía con la llama del compromiso social. Sin embargo, sus palabras, tan poderosas como sonoras, encontraron la puerta cerrada de los medios de comunicación, que temían el eco combativo de su mensaje.

Fue entonces cuando, armado con un mimeógrafo y la determinación que caracterizaba su juventud, decidió imprimir el periódico “Son los mismos”. Con la colaboración de Abel, Melba y Jesús Montané, entre otros, lograron circular entre 300 y 500 ejemplares, llevando al pueblo un mensaje de resistencia.

Al integrar sus inquietudes literarias con un profundo sentido de justicia, Raúl no solo se convirtió en un educador, sino que también dejó que su poesía resonara a través de versos inspirados en José Martí. A pesar de haber sido expulsado del Colegio Baldor debido a su activismo, no cedió ante la adversidad. Al contrario, su pluma se convirtió en una espada, cortando el silencio y la indiferencia de aquella etapa donde el miedo dictaba las pautas. La historia lo vería como un hombre que utilizaba palabras como armas para combatir la injusticia.

El destino llevó a Raúl a encontrarse con Fidel Castro, quien reconoció en él una chispa de valentía y compromiso. Fue en la Granjita Siboney, en la madrugada del 26 de julio de 1953, donde su voz resonó con mayor fuerza. Allí, antes de dirigirse al asalto monumental al Cuartel Moncada, leyó el Manifiesto que había redactado por orden de Fidel. Palabras llenas de pasión y dilemas, suspendidas en el aire como notas de una sinfonía de lucha, reclamaban un cambio radical en la historia de Cuba.

En ese instante, el ideario martiano se entrelazó con su propia visión de justicia, mientras recitaba su poema, un canto a la dignidad y la resistencia.

Designado para tomar el hospital civil «Saturnino Lora», el joven de apenas 25 años se convirtió en víctima y protagonista de su propio relato heroico. Ya herido, con el eco del hades resonando a su alrededor, buscó un papel y una pluma, cuyo mensaje se reduciría a la esencia de su ser: “Caí preso, tu hijo”. Esa breve frase, escrita en medio del caos y la desesperanza, encapsuló su humanidad, su vulnerabilidad, y la cruda realidad de una dictadura que no perdonaba. Las balas que le arrebataron la vida no pudieron silenciar su mensaje, que, como un eco en el tiempo, resonaría en la memoria de quienes anhelaban un futuro distinto.

La historia de Raúl Gómez García no concluyó con su muerte; su legado se levanta como un símbolo de resistencia. Su cuerpo fue presentado como caído en combate, pero la verdad de su asesinato se reveló a través de esas últimas líneas que alcanzaron a su madre, Virginia García. Cada una de esas letras era un lamento y una denuncia, un testimonio irrecusable de los crímenes perpetuados bajo una tiranía que se nutría del dolor ajeno. Aquellas cuatro palabras se transformaron en un grito que aún persiste en la memoria colectiva: «Caí preso, tu hijo».

Raúl no solo fue un poeta, sino un visionario cuya voz se alzó contra la injusticia en el económico panorama cubano de su tiempo. La inquina de su pluma se convirtió en un faro en la oscuridad, iluminando el camino de aquellos que, como él, deseaban con anhelo una Cuba libre y justa.

Así, en la memoria histórica de Cuba, Raúl Gómez García no es recordado simplemente como una víctima de la tiranía, sino como un emblema de la lucha por la justicia, un poeta que supo transformar la palabra en acción.

Su voz, hoy, resuena entre las nuevas generaciones, un recordatorio constante de que el arte y la lucha social pueden y deben ir de la mano en la búsqueda de un futuro que honre a quienes dieron su vida por un país mejor.