Con Martí para todos los tiemposHemos arribado al aniversario 128 de la caída en combate de José Martí. Era el 19 de mayo de 1895 cuando el Apóstol de la independencia cubana salió a la carga para, desde la manigua redentora, enfrentar al enemigo colonialista. Hacía parte de su deber su presencia en la gesta, en los campos de batalla.

El propio Martí lo había expresado: «Yo evoqué la guerra: mi responsabilidad comienza con ella, en vez de acabar. Para mí la patria no será nunca triunfo, sino agonía y deber».

Alude así a su responsabilidad con los derroteros de la guerra necesaria que él había organizado; y era cuestión de honor cumplir con los designios de su patria. Así lo deja consignado Martí:

«Yo alzaré el mundo. Pero mi único deseo sería pegarme allí, al último tronco, al último peleador: morir, callado. Para mí, ya es hora».

Su altura ética trasciende, se eleva sobre lo común de la naturaleza humana. No precisaba de reconocimientos ni nombramientos, no padecía de egoísmo personal, no pensaba en sí, porque quien lo hacía, según el propio Martí, no amaba a su patria.

Y ese es el hombre que cae heroicamente en combate aquel 19 de mayo, con tanto por hacer, porque, como Bolívar, tenía y sigue teniendo mucho que hacer todavía.

¿Quién era, en suma, este hombre al que Gabriela Mistral llamó el hombre más puro de nuestra raza, y a quien pudiéramos también llamar el más completo?

Acerquémonos a la obra de un hombre original, que se apartó de caminos trillados e inseguros en la forja de la revolución del decoro, y pensó por sí mismo, mostró siempre su carácter entero y trabajó con sus propias manos.

Un ser humano consecuente con su tiempo, a «quien, al cumplirse el siglo de su nacimiento, el propio Fidel Castro Ruz atribuye la paternidad de la más dramática y creadora revolución del continente americano; a quien recitan de memoria los escolares de su tierra y los escritores más exigentes; a quien reclaman para sí pensadores de diversas orientaciones»;  el Martí de todos y para el bien de todos los dignos, el guía espiritual de la revolución, el hombre actual y universal defensor de la humanidad.

Como expusimos en una ocasión, hay que leer a Martí, nos es muy necesario descubrir al hombre a través de sus obras, yendo a sus rasgos más íntimos, sin llegar a violentar su privacidad. Siendo consecuentes con sus ideas, sin hacer de lo que dijo sentencias lapidarias asimiladas acríticamente.

Sin hacer el ridículo ni ridiculizarlo, debemos entender al Apóstol como el hombre que sintió y padeció.

Desacralizar a su persona desde la base del respeto infinito, para así demostrar que existe un Martí accesible a todas las generaciones.

Sentirse martiano y conocer al Maestro en sí mismo es un reto gigantesco, porque él no admite un acercamiento superficial.

No se trata de memorizar sus frases, de repetir su discurso –a veces de forma descontextualizada–, o de conocer datos acerca de su biografía.

Hay que escarbar en la esencia de su pensamiento, asumir críticamente sus valores, y tomar como punto de referencia sus juicios acerca de los temas más diversos.

El conocimiento de la vida y obra de José Martí hay que continuar profundizándolo en la hora actual de Cuba y atendiendo a los desafíos de la humanidad, frente a un modelo hegemónico capitalista que, desde lo económico hasta lo cultural, es absolutamente injusto e insostenible.

Martí, y ello debe comprenderse, no está desactualizado. Es increíble cómo su pensamiento alcanza una vigencia extraordinaria convirtiéndolo, a pesar del paso del tiempo, en una figura histórica cuya actualidad y universalidad son impresionantes, aplicables a la vida contextualizada en este tiempo histórico a nuestro quehacer cotidiano, a la batalla por la emancipación cultural del hombre.

Hay que enseñar a descubrir a Martí, con métodos y medios que en el contexto actual sirvan para tal empeño.

Los jóvenes de hoy leen menos, están menos conectados con la historia, y ahí está el desafío: acercarlos a la historia, a Martí, de la manera más sencilla posible.

No es viable hoy atiborrarlos de conocimientos desde lo impuesto, preestablecido, vertical; sino desde la creatividad y la belleza, dejando el necesario espacio a descubrir la mística que lleva en sí el propio Martí; claro está, aunque sea en un celular hay que leerlo.

Hay que valerse de las herramientas que nos brindan las tecnologías de la información y las comunicaciones, aprovechándolas según nuestros fines educativos, culturales, de formación ciudadana.

No podemos temer a los códigos nuevos, existen para ser utilizados, claro; se emplean también para seguir manteniendo la hegemonía cultural capitalista, la degradación ética y el empobrecimiento espiritual. Empero nosotros, como contracultura, hemos de inventar siempre un recurso a cada nuevo recurso del contrario, y desde estos códigos audiovisuales y digitales hacer la Revolución.

Necesariamente, si queremos mantener vivo a Martí, hay que adecuar su estudio a las exigencias del momento histórico, hay que hacerlo desde los métodos de enseñanza, desde la manera en que se lo presentamos a los jóvenes.

La escuela es fundamental, ella en sí misma ha de irse renovando cada vez más, colocándose a la altura del tiempo. Hay que posicionar a Martí en las redes sociales digitales, promover su lectura en esas plataformas, provocando que su acercamiento nos sea más efectivo.

La cultura audiovisual de nuestros jóvenes hay que mejorarla, continuar cultivándola, fomentar en ellos (desde Martí) la cultura del socialismo.

Hoy, en un contexto extremadamente desafiante y retador, en que el país libra una batalla por la vida, que robustece la Revolución socialista; todo ello en medio de una hostilidad creciente del Gobierno estadounidense, cuya política no es otra que derrocar nuestro proceso revolucionario, socavando las bases ideológicas y culturales más genuinas de la nación cubana; en esta hora que vivimos, Martí nos sigue haciendo falta.

Asirnos a su pensamiento es pilar esencial, no solo para resistir los embates imperialistas y neoliberales, enfrentar los intentos de reinstauración capitalista en Cuba, defender nuestra cultura e identidad; sino para continuar formando patriotas, ciudadanos con capacidad crítica, revolucionarios de verdad.

Nos es muy necesario Martí en la defensa de la patria; de ahí que, como él hizo siempre, que llevó el remo de proa bajo el temporal; hoy es preciso que naveguemos también con el remo de proa.

Es Martí referente para nuestra praxis revolucionaria, es expresión de nuestro carácter entero, de nuestra condición de cubanos.

Martí sigue siendo guía espiritual de la nación, brújula de la creación heroica que han significado la Revolución y el socialismo en Cuba. A él vamos, como hicieron Mella y Fidel, buscando apoyatura política, ética y cultural; o ¿cómo se explica que haya sido el autor intelectual del Moncada?

Como generación legaremos lo que seamos capaces de crear. No olvidemos que es esa la palabra de pase de cada generación, ser verdaderos revolucionarios, con sentido del momento histórico, ese que nos permite identificar aquello que debe ser cambiado y, por supuesto, cambiarlo.

Todo ello para dar continuidad a un proceso de construcción social, que ciertamente parte de una raíz anticapitalista, que se declaró hace mucho tiempo socialista.

Imprimirle cada día más vida, vitalidad; llenarla de espíritu juvenil, de ese que nos hace ponernos la camisa al codo, hundir las manos en la masa y no imitar demasiado, como nos dice Martí en Nuestra América, es el desafío.

Seamos sus cómplices, seamos radicales y armoniosos, construyamos juntos la sociedad socialista y continuemos haciendo patria. Como nos dijera Armando Hart Dávalos: «La grandeza del Apóstol estuvo en que era un hombre radical y, a la vez, buscaba la armonía y el amor. Se puede ser radical –como muchos proclaman– y no buscar la armonía; se puede procurar una determinada armonía y no ser radical. Para una acción política eficaz resulta imprescindible conjugar ambos aspectos. Martí era radical y promovía la armonía».

Por Granma

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