Cada mañana, antes de que el sol dibuje el horizonte, Idailis Vidal Trimiño ya está en pie. El primer desafío del día no es el mercado ni la oficina; es la volanta, ese carruaje fiel que prepara con esmero para el trayecto más importante: llevar a sus dos hijos a la escuela. En el silencio del amanecer cubano, el traqueteo de las ruedas sobre la tierra es la melodía que anuncia el comienzo de otra jornada de lucha y amor.
De regreso, ya con la casa vacía y quieta, se transforma. La ropa casual cede su lugar al atuendo de trabajo: prendas que saben de sol, de sudor y de tierra fértil. No hay transición suave; el cambio es rápido y decidido. Idailis emprende entonces un segundo camino, el que la lleva al corazón de su existencia: sus 26 hectáreas.
Asociada a la Cooperativa de Créditos y Servicios Vidal Megret del municipio de El Salvador, Idailis es mucho más que una agricultora. Es estratega, madre de la tierra y sobretodo mujer empoderada. Al llegar, la espera su equipo de trabajadores, un grupo unido por el mismo propósito: sacarle el fruto a la tierra, como ella misma dice con una humildad que esconde una férrea determinación.
La finca es un espectáculo de orden y vitalidad. Surcos rectos como flechas delinean cultivos de viandas y hortalizas que crecen verdes y robustos. No hay maleza que se atreva a invadir, ni plaga que resista la vigilancia constante. Mantener 26 hectáreas en óptimas condiciones es un titánico trabajo diario que comanda con la misma naturalidad con que cocina para sus hijos.
“Aquí no se puede flojear” dice, mientras camina entre los cultivos, su mirada experta escudriñando cada hoja, cada fruto. “Esta tierra es lo que nos da el sustento y se le devuelve con cuidado”. Sus manos, marcadas por el esfuerzo, acarician una planta de yuca como si le transmitiera ánimo.
El sol transita en el cielo y el calor se hace palpable, pero el ritmo no decae. Las risas y los gritos de los trabajadores se mezclan con el sonido de las herramientas. Idailis coordina, aconseja, y también trabaja codo a codo con ellos. No hay jerarquías en el sudor; todos se manchan de la misma tierra.
La crónica de su día es la de una mujer que encarna la resistencia del campo cubano. Es la historia de quien madruga para ser madre a la vez que es empresaria agrícola, líder y obrera. Su oficina tiene por techo el cielo infinito y su escritorio es la tierra húmeda que huele a futuro.
Al atardecer, cuando el sol empieza a ceder, el ciclo se completa. El polvo del campo se mezcla con la anticipación del regreso a casa. La volanta  trae de vuelta a sus hijos y ahora les espera la cena. Idailis cuelga el hatillo de trabajo, pero no la satisfacción.
Mañana, antes del alba, el desafío volverá a empezar. Y ella, como siempre, estará lista para enfrentarlo. Por sus hijos, por su tierra, por la vida.