Hoy, 30 de julio, Cuba detiene su pulso para honrar la memoria. Sesenta y ocho años no han apagado el eco de aquellos disparos en la calle San Bartolomé, en la heroica Santiago.
Frank País García, el Jefe de Acción y Sabotaje del Movimiento 26 de Julio, con apenas 22 años junto a su valiente compañero de lucha Raúl Pujol Arencibia, cayeron acribillados por esbirros al servicio de la tiranía de Fulgencio Batista.
Su sangre joven, derramada en 1957, marcó para siempre el Día de los Mártires de la Revolución Cubana.
Frank no era solo un nombre, representaba la organización, la inteligencia, la audacia. Desde la clandestinidad en Santiago de Cuba, tejió la red que sostuvo al Ejército Rebelde en la Sierra Maestra. Fue él quien, tras el desembarco del yate Granma, incendió la ciudad con el alzamiento del 30 de noviembre de 1956, distrayendo a las fuerzas opresoras. Su mente estratégica y su inquebrantable ética convirtieron a la juventud oriental en el nervio central de la insurrección.
Junto a Raúl Pujol, compartió la entrega total y el secreto de la lucha bajo tierra.
La mañana del 30 de julio fue una emboscada cobarde. La delación guió a los esbirros hasta su refugio. Frank y Raúl, sorprendidos pero nunca rendidos, enfrentaron su destino con la dignidad que solo conocen los héroes.
Su asesinato no fue el fin que esperaba la tiranía; fue la chispa que avivó la ira sagrada del pueblo. Santiago entera se vistió de duelo y rabia, un sepelio multitudinario que se convirtió en la mayor protesta contra Batista, demostrando que matar al hombre no mata la idea, sino que la inmortaliza.
El legado de Frank País y Raúl Pujol trasciende el mármol y el bronce. Es el latido en el pecho de cada joven cubano que hoy defiende su Patria.
Ellos encarnan la estirpe rebelde, la inteligencia puesta al servicio de la justicia, el valor sereno frente a la adversidad. Su ejemplo es brújula, nos recuerda que la vanguardia no es un lugar, sino un compromiso, que ser joven en Cuba es llevar en la sangre ese impulso de Frank, de crear, de resistir, de construir, siempre con la mirada fija en la soberanía y la dignidad de la nación.
A sesenta y ocho años de su vil asesinato, Frank y Raúl no son ecos del pasado, son voces del presente. Su sacrificio late en las aulas, en los campos, en los laboratorios, en cualquier sitio donde esté presente la comprometida juventud cubana.
Hoy, como ayer, su legado es bandera: la de una juventud que sabe que defender la Patria es el honor más alto.