El periodista irrumpe en la sorpresa aún cuando a algunos les incomoda, le saca un guiño al desafío y sigue por el mismo carril de la noticia. A veces ni sabe la hora en que acostó a la luna, pero de lo que sí está seguro es que el temor jamás andará su ruta.
Puede ser tan soldado como el que más y su arma es la palabra, que muchas veces lleva acento o puntos suspensivos, y otras, ternura y clarividencia.
Es internacionalista, locutor, hombre, mujer, noctámbulo y soñador, y va orbitando el alma del pueblo para desentrañar sus raíces, desnudar las partes íntimas de lo oscuro, para luego calzar el embeleso haciendo caso omiso de su talla.
Al buen periodista no le gusta que el desamparo vaya a morar al alma de la gente como un sinsentido, mientras que la certeza cae al vacío. Por eso es valiente, se cura las heridas como un tigre, clona sus manos en la pluma como José Martí, es resiliente como el ave fénix, paciente como Penélope, asertivo como el sol que sale, porque le toca y ya el amanecer le reconoce y espera.
Un día se va al verano, pero lleva el invierno a cuestas por si la vida allá es calurosa, mientras se burla del otoño que amenaza en deshojarse, y crea la primavera con la que montará empalizadas al futuro de la inmediatez.
Para el periodista periodista habrá semáforos en rojo tras la palabra que no miente, tras la imagen como testigo silente y verborreico a la vez, pero no importa, porque ya nadie parará su somniloquio.
Porque el periodista está decidido y entonces será el mejor tramoyista que se ha formado, para la puesta en escena que tendrá el honor a la verdad.
Por: Gipsie Garrido