Santos LobainaGuantánamo.-  “Oye ¿y la caja de tomate para cuándo?” Le pregunté una de las últimas veces que lo vi, en alusión a una promesa, hecha desde hacía tiempo, de regalarme una caja de esta verdura cultivada en el Valle de Caujerí. Y sus justificativas o evasivas respuestas siempre iban acompañadas de su singular sonrisa.

Pero hoy en la mañana me entero que ya no podrás contestarme compadre, que te has marchado de entre nosotros. Santos Lobaina, “Santico” ha muerto.

Siempre disfruté buscarlo cuando llegaba a su querido San Antonio del Sur, ya fuera en la cabina de audio donde tantos sueños e historias creó y ayudó a tejer o en los últimos tiempos en su humilde, muy humilde hogar.

Se sabía enfermo, pero nuca aceptó derrotarse ante un enemigo poderoso, silencioso y mortal. Vivió como quiso y como pudo, y eso nuca le robó su jovialidad, su compañerismo, su sencillez, su bondad. Al final, para sus fieles de siempre, esas cualidades importan más que cualquier afición desmesurada. Por suerte somos más los que siempre veremos más las luces que las manchas del sol.

Mucho antes de conocerle personalmente, sabía de su labor divulgativa como corresponsal voluntario de la radio guantanamera. Sin pretensiones de ser categórico, creo que fue de los primeros en la provincia en acercarse a los principios verdaderos de lo que se conoce como radio comunitaria para llevar información, comunicar e informar  a un grupo poblacional, a una comunidad.

Y Santico disfrutaba hacerlo, siempre con muy pocos recursos como generalmente suele suceder. Era habitual escucharlo reportar los acontecimientos más importantes de su demarcación, leer desde la radio base el periódico a sus coterráneos, informar lo que llegó a la bodega, dar a conocer sobre el fallecimiento de personas fallecidas y hasta despedir duelos.

Por años coincidimos en actos, conmemoraciones, recorridos gubernamentales y del Partido, y siempre era un placer compartir esos momentos con él, revolucionario de los de verdad, auténtico cubano, pequeño de estatura y grande de corazón.

Santico fue boxeador, no sé bien cómo, pero lo fue. Y con orgullo narraba su misión internacionalista en Angola.

Sobredimensionaba miles de historias, pero igual se le disfrutaba.

El profesor Leonel Escalona y el colega Julio César Cuba Labaut, si leen estas líneas, recordarán una noche, hace más de 16 o 17 años, que compartiendo unos rones y evitando los mosquitos de la casa de visita, nos sentamos en el parque de San Antonio del Sur. Santos Lobaina narraba su estancia en el África, todo creíble, hasta que nos contó cuando, “por su preparación física y sus cualidades combativas”, lo eligieron para ir a Mozambique nada menos que como guardaespaldas  del líder Samora Machel. ¡Coño Santico, no jodas! ¡Apretaste! Fue nuestra unánime respuesta.

Así, con una de tus historias, como otras muchas que contaste prefiero recordarte hoy hermano.