Cuando lo vio jurar Mariana –al cabo madre de él, y de la Patria, destino del temprano juramento: morir por ella o libertarla–, él era solo Antonio, no el Titán. Pero el bisoño arriero, que venía «de león y de leona», incubaba la heroicidad que emana de virtudes bien moldeadas.
Fiel a la matrona y, como ella, daría después, «con el relato de su vida, una página nueva a la epopeya». Fue la promesa del General Antonio umbral de aquella historia que, enardecida en Baraguá, cortó el aire con un «no nos entendemos», venganza del orgullo y espanto de lo indigno que asomaba oscuro en El Zanjón.
De más de 600 acciones militares, victorias increíbles, y en el cuerpo 26 heridas de metralla, está hecha la leyenda de Maceo, tan hermosa, que ni el disparo mortal le puso fin.
No fue muerte lo que hubo en Punta Brava: el General Antonio y su ayudante, Panchito Gómez Toro, se hicieron semillas.
Treinta y ocho años después, otro gigante le nació a la Patria: Frank País, joven eterno, nombre de gloria en una constelación que antes se llamó Mella, Villena, Guiteras; al mismo tiempo Abel y José Antonio… también Fidel.
Luego no fueron nombres, sino generaciones, soldados del Moncada, del Granma, de la Sierra, de Girón, de la Crisis de Octubre, de Bolivia, del Escambray, de África…, combatientes de la Revolución Cubana que otro 7 de diciembre, hace apenas tres décadas, y en simbiosis de pasado y de presente, se hicieron Asociación, alto timbre de la historia militar de la nación.
¿Qué habían sido hasta entonces, si no, los que volvieron de la guerra sobre el escudo, a poner, de reverencia, todo el pueblo a sus pies? Era 1989 el año, también diciembre 7. ¡Cuánta gloria inconmensurable en el ejemplo de los 2 289 caídos en misiones internacionalistas, cargados sobre los hombros del país en un tributo gigante!
Entonces, ¿había muerto Maceo? ¿Acaso no es el símbolo que actúa? De la fecha son muchos los hitos, grande la carga épica; pero mientras se resista, del carácter intransigente le renacen sus muertos a la Patria.
Tal fue la herencia del primer titán, aquel de Bronce que va, dice el poeta: «delante (…) galopando; se ven claros los caminos».