Gaspar Sotolongo Pérez, el cuarto floreteGuantánamo.- Los que le conocemos bien sabemos que por estos días de octubre, se le ve más callado que de costumbre y su mirada transmite una mezcla de diferentes sentimientos que van, desde la nostalgia de sus años mozos, el recuerdo de sus compañeros de equipo y la rabia al recordar el horrible crimen perpetrado un 6 de octubre de 1976.

Gaspar Sotolongo Pérez, pudo ser una de las 73 víctimas de la voladura en pleno vuelo del avión de Cubana CU-455 en Barbados, donde viajaban, entre otros pasajeros, la selección nacional juvenil de esgrima, muchachos que regresaban a la Patria con todas las medallas de oro del Campeonato Centroamericano y del Caribe.

Corría la década del 70 del pasado siglo y Soto, como todos lo llaman, era uno de los integrantes del equipo nacional de esgrima, nómina donde también figuraban sus coterráneos Ramón Infante García y Juan Duany González, fallecidos en el sabotaje autoría de los terroristas Orlando Bosch y Luis Posada Carriles.

“Tanto Ramón como Duany eran muy buenos deportistas – dice Soto- muy perseverantes, con mucho dominio de la técnica en sus armas y muy preocupados siempre por los que éramos más jóvenes en la nómina nacional”.

 ¿Por qué integrando la selección nacional no participas en esa competencia?

“A partir de una resolución emitida por la Federación Internacional de Esgrima y para evitar el gigantismo en los Juegos Olímpicos de ese año en Montreal, se indica que de cinco representantes en cada arma participaran sólo tres.

La dirección del INDER decidió que la escuadra que representaría al país en los Centroamericanos de Venezuela estuviera formada fundamentalmente por miembros de la selección juvenil. Yo era el cuarto florete de ese equipo razón por la cual no viajo con el mismo a esos juegos”.

47 años han transcurrido desde que sucediera aquella barbarie que estremeció la Isla, las naciones hermanas del Caribe, y al movimiento deportivo internacional, y aún cuesta mucho trabajo hablar con Gaspar Sotolongo Pérez de estos sucesos.

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Recibir en Guantánamo la noticia del sabotaje, el regreso inmediato a la Habana, la confusión que llevó incluso a la publicación de una foto suya entre la de los muertos, llegar al dormitorio y no encontrar a sus compañeros de equipo, el entierro de las víctimas, y sobre todo oír en la plaza de la revolución las palabras de Fidel, marcaron para siempre su vida.

“Fue un momento que nunca podré olvidar, sentir el dolor en carne propia, ver al pueblo enardecido y escuchar al Comandante en Jefe decir: ¡Nuestros atletas sacrificados en la flor de su vida y de sus facultades serán campeones eternos en nuestros corazones”.

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