Guantánamo.- El 4 de marzo de 1960, obreros portuarios se dedicaban a la descarga del buque francés La Coubre, anclado en el puerto de La Habana. Había arribado a la capital cubana cargado del armamento necesario para la defensa del país. En sus bodegas traía 31 toneladas de granadas y 44 toneladas de municiones. Alrededor de las 3:10 p. m., una explosión estremeció la tierra. Los postes del tendido eléctrico temblaron y un hongo de ribete negro se elevó sobre el muelle.
Soldados del Ejército Rebelde, de la Policía Nacional Revolucionaria, bomberos y pueblo en general, acudieron a prestar ayuda. Empezó el rescate de heridos y traslado de cadáveres. Una segunda explosión cobró nuevas víctimas entre quienes, desafiando el peligro, habían tenido ese gesto de solidaridad humana.
El resultado final: un centenar de muertos, incluyendo 34 desaparecidos, alrededor de 400 heridos o lesionados —decenas de ellos incapacitados de por vida— y como consecuencia, decenas de viudas y más de 80 huérfanos y seis tripulantes franceses.
De acuerdo al resultado de las investigaciones todas las evidencias señalaron a la Agencia Central de Inteligencia de Estados Unidos (CIA), como la responsable de este acto terrorista.
Ese hecho, extraordinario en sí mismo, adquirió al día siguiente una especial relevancia para la historia de Cuba. Frente al intento de aterrorizar al pueblo cubano para que desistiera del esperanzador camino recién emprendido, la respuesta expresada por el comandante en jefe Fidel Castro Ruz en el sepelio de las víctimas fue la de resistir y luchar hasta la última gota de sangre, lo que quedó resumido a partir de ese día y para siempre en el grito de ¡Patria o Muerte!